Trincadito de blanco allá vuelve otra vez,
rumbo a Muñoz Rivera, Ruiz Belvis y Betances
hasta las anchas vegas del viejo 'San Andrés'.
Y cruza Guatemala camino a la Javilla,
y en su plácida ronda, sin descansar, a pie
va subiendo la cuesta de la Calle Aguadilla
hasta arribar al pórtico de la hacienda 'La Fe'.
Y de allí a la Esperanza, Fondo el Saco, Chancletas,
Miraflores, De Hostos que hacia Lares se ve,
y volteando arriba toda una línea recta
La Calle Guajataca, la del comercio que es:
Jerónimo Ramírez de Arellano (1918- ), Del pretérito
Nunca antes y, posiblemente, nunca después de aquel 19 de noviembre de 1923, se vio la Plaza Baldorioty de Castro decorada con tal esmero. La plaza de recreo se había llamado Alfonso XII desde su bautizo en 1872, cuando con los Alcaldes Miguel Fermín Laurnaga, Fernando de Arce y Simeón Faris, dieron su nominativo, con fiestas y discursos, después de construída. Mas, terminaría llamándose, en poco tiempo, Baldorioty de Castro.
«¿Quién hizo caso a Laurnaga Sagardía o cualquiera que se largara de Pepino?»
«Nadie».
«Con el nombre de la Plaza, los huyilones se fueron y así se llamará, como el tiznao o comevaca sedicioso quiso», dijeron para el '98. Venganza sería de Moncho Lira, antes de morirse a principios del siglo. Como quiso llamarla el pueblo llano, se designó Baldorioty por el patriota de la línea dura, como habría querido mucha gente que amó también a Betances o Ruiz Belvis. En 1923, que se llamara así, no como antes, recobró cierta memoria. Ese año en España, Alfonso XIII y Primo de Rivera dieron un golpe de estado y decretaron la dictadura.
Tampoco, antes de 1923, se puso tanta pomposidad y diligencia organizativa en la celebración de un Desfile Cívico. Esta fue logística que tuvo la visión y el quehacer ejecutivo de Luis y Joaquín Oronoz Rodón. Dizque la Gran Parada se inició en la Calle Hostos, pasó por las calles Ruiz Belvis, Betances, Muñoz Rivera y subió por el sendero de Padre Feliciano. A la niñez escolar que se utilizó para los eventos, desde las 10:30 de la mañana, la apostaron frente al edificio de Laurnaga y Compañía, en la salida de Lares, encabezándola dos bandas musicales. Amenizaron el recorrido bajo un sol que quemaba y brillaba como el jamás de los nunca jamases.
«Nunca se vio algo así», dijo don Narciso Rabell Cabrero, ex-Alcalde y boticario, muy orgullosamente. «Entramos a la era de la civilización», comunicó Antonio Sagardía, ex-director escolar entonces, quien se acompañó durante la prolijez de los festejos con su esposa entrañable, Teresa Zagarramurdi.
Para que se diera un acto público y multitudinario, en un pueblo cañero y miserioso como éste, antes que la pompa pasara a los más elegantes espacios del Casino del Pepino y la Escuela John Greenleaf Whittier, la unica cachendosa y presentable por su planta física que había a la fecha, limpiaron de las calles la mierda de caballo, barrieron los residuos de bagazo de caña o de guayabas podridas y vainitas de agua, caídas de los árboles de gallitos.
Dijeron que hubo ventas sin precedentes en la colección de lencería que Juan Cabrero Echeadia viene proveyendo en su establecimiento desde el fin de siglo. Es el principal vendedor de pantaletas, enaguas y otras prendas femeninas. Los trajes sobrecargados, calurosos, diseños con mangas largas hasta y cerrados al cuello, él no los vende. «Yo soy listo. Vendo lo que los caballeros han de querer ver en la noche», porque con la luz apagada se acaba la imposición de la decencia y «a cueras vivas, o ya con los pañitos de pantaletas, a mitad de rodillas, a las damitas se termina la vergüenza». dijo.
El villorrio tendría que dar una buena impresión. Al administrador de Plata Sugar Co., José Méndez Cardona, se dijo: «Haz lo que puedas; pero a los cortadores de caña me los mandas a la Plaza Baldorioty, que se vayan bañados, con zapatos, con camisas limpias y que no vayan ni jediondos ni borrachos». Y ante esta petición, don Cheo Méndez echó chispas. «¿Cómo pedirme eso, Riverita? ... si usted sabe que esa gente apenas tiene un guayuco para taparse el rabo. La mayor parte de ellos no tiene ni zapatos».
«Yo no sé cómo hará, ni qué decirle. Quien viene debe llevarse la mejor idea de quienes somos. Lo haremos por el pueblo del Pepino. Es el Gobernador, amigo del presidente Warren Harding. Es el profesor Horace Towner, con su señora Harriet, y financieros del mundo anglosajón, Filene y Hanus, quienes visitan».
Nunca se vio a Don Victor Primo, tan culeco y contento, en la Fondita de Alicea, comiéndose los periódicos, consultando con su lectura hasta los textos viejos sobre la muerte de Muñoz Rivera (1916) y luego la del Vate de Diego, quien a punto estuvo de desaforarlo antes de 1918. El le escribió unas letrillas venenosas, por lo misma razón que, a su juicio, Barceló las merece. Martínez González piensa que, en la noche, durante la programada recepción y baile que se efectuará en el Casino, puede que surja la ocasión de que se mida con el presidente del Senado Insular, otro que viene. Y si es así, si ocurre algún inevitable intercambio de palabras o debate, debe ir preparado. Convenientemente documentado. «Van a saber quién es el abogado Don Victor Primo, más caballero que el susodicho Caballero de la Lengua y de la Raza».
Es que jamás, en la prolijez del Jamás de los Jamases, en la contingencia de los nuncas inevitables, se vio lo que se está viendo. Dijo Evaristo López que, por primera vez, se han pintado las paredes externas del Cementerio pueblerino. Y don Manuel Méndez Liciaga que se está bañando en las Charcas de El Peñón, al pie de Miramar, y La Orfila, quienes nunca lo hicieron. El barbero Sosa Hernández se halla en ajetreo. Los zapateros Padró y Celestino López alegaron que, a falta de limpiabotas, y zapatos para el remiendo, les cambiaron el trabajo. Como lustradores están haciendo su agosto. Con zapatos en bolsas de papel, o en sus manos, la clientela entra y pide que a sus zapatos se los salpiquen con anilina y untadas de betún, y «a ver si ese calzado desahuciado que trajeron en las bolsas de estrasa, con un par cepilladas, vuelven a la vida y a merecer el polvo» y, sea como sea, centaverías son ganancias y la zapatería da el servicio.
Si se pasara esta prueba de civismo, gracias a la conducta ejemplar de los vecinos, la promesa de Rabell Cabrero y Rivera Negrony son dos grandes epopeyas. Una hazaña similar a ésta: Se abrirán las naves del Templo de San Sebastián Mártir de Pepino para que se reciba, en presencia del Obispo de Puerto Rico, el Sacramento de la Confirmación. A él se le recibirá como otra estrella del Firmamento Administrativo: aunque sea la más sagrada, por tratarse de Su Excelencia, el Monseñor Caruana, prelado del Cielo en la tierra.
2.
Rabell Cabrero es más práctico. Ha dicho que su prioridad es hacer un Pueblo Nuevo, o más bien, urbanizar con más inteligencia lo que Riverita Negrony ha comenzado. Y, con recursos municipales, si con esta componenda de traer a célebres procónsules al pueblo se logra el resultado, propone que los albores de la electrificación en el poblado se extiendan «cuanto más sea posible por los primeros barrios», Hoya Mala al norte de Piedras Blancas y Culebrinas, al Sur de Bahomamey y el Sector Urbano, aunque ésto signifique que «Larrache Echeandía, el farolero, se quede sin trabajo». Por algo habría de decir Antonio Sagardía, futuro alcalde: «Con la visita de Horace Mann Towner, la esperanza florece. El destino del progreso se cimenta en Pepino. Voy a decirles a Barceló y Juan Hernández López: Que esta visita no será en vano. Que esperamos recursos, mucha ayuda del gobierno, y vamos a trabajar como un gran pueblo».
Y, ciertamente, sin equivocaciones, hasta entonces, dado el hecho de que sólo yankees son nombrados por decreto desde Washington, ningún gobernador (que no haya sido el interino J. B. Huyke) escuchó la dulzura de la caña, tragada como un canto por las colectivas gargantas. Son sueños verbalizados / cantos deglutidos / del Pepino que s Towner y Barceló han colmado de elogios. «¡Qué elegante es el Gobernador!» Un poco gordo. Tiene su bigote espeso, oscuro, para ser tan pálida su piel rosada. Grandes ojoz verdosos. «¡Qué bien le queda la chalina al cuello!» De cierto que es un gobernador más mesurado que el quisquilloso Monty the Superking.
Han observado que Barceló Jiménez tiene la barbilla hendida y, a los 45 años, le emblaqueció el bigote. Contrario a él, por estar tan callado, como si fuera pazguato, aunque enjelga'o propiamente y educado como abogado de título (no por correspondencia como Esteves, de Tablastilla), el Gobernador Towner ha parecido mongo, sin espíritu.
«¡Cuídenos, Dios, del agua mansa!» ¡Qué pena que no hable en público! Towner simplemente saluda a la distancia con la mano alzada, sin movimientos, sin la pasión de los vaqueros que se calzan unos buenos bodrogos y ¡se miran tan violentos en las movies!
«Eso me gustaba de Roosevelt. Era como Chilín después de una paliza que le diera Cecilio. ¡Un Echeandía escandaloso!», recordarían cuando se fue el huésped amado,el Gobernador y su secuaz, «Barceló, el lento». No fue otro que don Victor Primo quien echo a rodar estas comparaciones y epítetos.
Por de pronto, a trabajar por este festejo. A limpiar el Casco Urbano. A colgar las guirnaldas de luces y estrellitas. A ensayar a esos chicos escolares. A afinar bombardinos, clarinetes, pitos y flautas y qué barbaridad...
Una promesa que Riverita y Rabell Cabrero, los organizadores, hicieron a Juan Bernardo Huyke, gobernador interino, tras la ida / o renuncia / del gallo juyilón de Moncho Reyes, otrora llamado, Emmet Montgomery Reily, fue la siguiente: «Don Juan: yo le prometo que ya convencido el nuevo Gobernador de visitar a Pepino, él se irá muy contento. Verá que no somos animales. Ni simplemente peones. Somos gente buena, sacrificada, trabajadora. No una red incierta de conspiradores, como temiera Montgomery Reily... Lo mismo le digo a usted, don Antonio: se murieron los rebeldes que sacaban canas verdes al gobierno; ya no quedan patriotas de la antigua, salvaje envergadura, de Ruiz Belvis o Betances. En paz descansen, De Diego, Muñoz Rivera, Benítez Castaño, ¿quién nos queda? ¿quién que se atreva a levantar la bandera del progreso y los ideales del Partido de la Unión de Puerto Rico?»
Antonio R. Barceló Jiménez, el cariduro, dijo: «Yo». Mas nadie en Pepino convalidó su palabra y dijo: «¡Qué bueno!» No había convencimiento, mas si alguna esperanza.
3.
Para ir a verlos, se fletaron las guaguas de Almeyda Molinary. La Carmen. La línea aguadillana de Manuel Rodríguez Cabrero. Se dijo a Miguelito Cancio Cores, «ven de Guayama, léenos algo cultural, con la galanura de tu estilo». Se dijo a Juan Ferrari, el jefe policíaco, no levantes tu vista del Pepino. El Consejo de Culebrinas de los Caballeros de Colón dieron sus servicios. «Por si necesitan, un mecánico en La Carmen, aquí estoy. Que no fallen los cloches ni los frenos», dijo Lemuel de Jesús Martínez. «Que de las comitivas que vengan de otros pueblos no se mate nadie».
Para que fueran a su particiación, con la dignidad de los niños más listos del planeta, los maestros enseñaron, como preparativo, el «My Country», bien cantado por la progenie de la infancia. Cantaba, instructivamente, en La Whitter Mrs. Provi (García) y en la Escuelita Pavía. Mrs. Latorre. El maestro rural José Cristino Pérez fue voluntario: «Yo les enseño, cuanto requiera la cadencia y el buen pronunciamiento»; lo mismo dijo el ex-maestro, hoy abogado, Buenaventura Esteves, hijo del barrio Tamarindo, pero ya residente en Tablastilla, como otro más entre los pepinianos. Genaro Rodón Rubio enseñó cómo se marcha, como un auténtico militar. La maestra de Economía Doméstica, Rosita Bauzá, con sus alumnas, preparó los platillos servidos en el Casino. Y, de hecho, jamás se degustó un banquete tan sabroso. Jamás de los jamases.
Para ir a verlos, hasta Chencho el Abejón, recién llegado al Pueblo de Pepino de su natal negrada isabelina, halló su oficio. Era un negro mandingo, 6'.5" por lo menos. Uno que jamás supo qué es calzarse con zapatos, o sanalias, ni cubrirse el ombligo por la contínua falta de camisa. O un cuascle de cotón. Más pudor tiene un caballo con una manta encima. Su ilusión fue entonces ver un gringo, un blanco yankee, como el tal Mister Towner, de Iowa. Este que ha sido descrito como a lecturer on constitutional law, a former judge and county superintendent of schools, «yo quiero verlo aunque sea de lejos», y le dijeron:
«Tú no, Abejón. Tú no tienes zapatos y eres bembón y negro. Vas y asustas a la Primera Dama, Mrs, Harriet». Lo advirtió, con este modo tan suyo, el ex-Capitán de Milicias, con España, Víctor Primo Martínez. Dijo: A Chencho no es conveniente que lo vean. Que se limite a ser el cargador de mesas, sillas, entarimados, y que no se haga visible en estos actos, porque, el yankee bueno que, por X razón él imagina, todavía no existe.
Y citó jurisprudencia reciente que él conoce: Nueva York y el Sur Americano están llenos de clubes criminales, racistas organizados como Ku-Klux-Klan(es) y tienen influencia, expedita y total entre gobernadores. Están a punto de elegirse unos nueve senadores federales, con el apoyo de los encapuchados; desfilan por las calles de Nueva York, Alabama y Georgia; cuelgan a los negros de los árboles. Niegan que sean humanos. Los tratan peor que a socialistas. Les llaman con nombres «más feos que el tuyo, Chencho Abejón». Y hay 3 millones de ellossobre los que ha leído que merecen castigo por sus expedientes criminales y, sin embargo, de los jueces de Norteamérica y de sus Gobernadores son favorecidos. Apoyan, igualmente, el racismo criminal y deshumanizado.
Y Chencho el Abejón temblaría entonces.
«¡No, no! Seguro que no vengo. No me expondré a que me vea».
Y no era sólo el cargador quien se llenó de pánico. Entre los socialistas de Padró y Liborio Rivera, llegó el cuento de Martínez González. Sembró la duda cuando alegó que en Italia se promueven los asesinatos de italianos. Allá ha triunfado un fascismo que da grima. (No se equivocaba don Victor Primo porque al año de decirlo fue asesinado el socialista ___en __)/
Don Cheo Padró, el organizador de artesanos, el barbosista, se enteró: «Usted sabe que somos ciudadanos americanos; no meta miedo usté, que no vivimos en su España de zetas y prejuicios». Lo fueron a buscar para que diera cuentas y enojarlo. «No sea charlatán con los pobres negros de Pepino. ¡Vayase a España que Alfonso XIII reinstauró la dictadura! Váyase si usté no sabe que Dios es también para los negros».
«No meta a Dios en ésto. No meta a la Iglesia. ¿Y qué me dice? ¿Que el Gobernador Towner es comparable a Dios, o es cristiano verdadero?», le contestó a Cheo Padró. «Le voy a decir lo que hacen los socialistas, sean negros o sean blancos».
Inició, pues, una cátedra o perorata sobre lo que fue el periodo de 1835 al 1837, cuando las Leyes de desamortización eclesiástica del ministro de Hacienda se aplicaron y el jefe de gobierno Mendizábal hizo que las propiedades de los conventos fueran declaradas bienes nacionales. «Los ateos y socialistas pusieron a la venta pública la Iglesia, los altares y los atrios baldíos, dizque así disminuiría el latifundismo; mire que negociar con Dios un pedazo de pan diario, eso siempre ha sido un disparate. Necesita algo, pídalo a quien más tiene. Seguro que da el doble de lo que pidas tú».
Y Cheo Padró no se quedó callado porque algo de eso había leído. «Si las propiedades de la Iglesia las compran los nobles y los burgueses ricos, el campesino y el pobre nada gana. Sólo cambiaron de dueño. Y si pide usté a un avaro es como pedir a quien no tiene, porque nada da, aunque le sobre».
«Buena respuesta, don Cheo. Usted no es tan tonto; pero no deja de ser negro por eso. Y para el peninsular, usted sigue siendo un esclavo y, para el gringo del Norte, un bruto indeseable. Eso es lo que quise decir».
«Pues, vaya y dígalo a Barceló y, si sabe inglés, a Towner».
4.
Jamás de los jamases, escucharon un discurso como aquel del Senador Insular. Lo dio cuando la plaza estuvo llena y Chencho el Abejón brillaba por su ausencia. Lo dijo cuando los notables del Pueblo estaban sentados en sus sillas, rodeando a los huéspedes amados. Ya, la crema y nata de la sociedad de Pepino y sus pueblos limítrofes, tenía sus apellidos representativos: Rabell Cabrero, Rodríguez Cabrero, Méndez Cabrero, Echeandía Vélez, Cancio Cores, Sifre Segarra, Cardé Peruyero, Caballero Echeandía, Rodón y Oharriz, Oronoz Rubio, García Méndez, Font Echeandía, Oronoz Font, Pavía Fernández...
Fue en la Plaza, acabado el desfile. Había que recesar, mas, hágase claro...
«¡Los festejos no acaban!»
«Escuchen la retreta de la noche. Que mañana se irá nuestro invitado».
Cuando Riverita Megrony dio el anuncio, también elogió su labor educativa, como Alcalde. Arguyó que habría 22 escuelitss en campo y pueblo, con 105 alumnos de nocturna. La educación, al parecer, es democrática en Pepino. Por allá, adistanciado, descreído de lo dicho por Rivera, lo escuchó Cheo Padró, con su grupito de jácara del Jacho, quienes hilvanaron sus comentarios, por su cuenta.
«La educación que se imparte es mala, como el inglés de sus maestros».
«Las maestras americanas, histéricas. Abofetean al niños».
«Hay más escuelas en el campo que en el Pueblo y hay casi igual número de niñas que de varones», discursa el alcalde. Esto sí que lo aplaudió Francisco Gaztambide, quien con George Silverwood, es uno de los inspectores escolares. Pedro Court, el auditor, aprobaría de suyo. «Lo que no me gusta es que el inglés pa' la enseñanza». Y Riverita Negrony, aplazando el receso, habló de que hay pendientes proyectos en Pepino: hacer disponibles, día con día, por 24 horas, 150 litros de agua, fresca, potable y de consumo, por cada pepiniano. Para eso se represará la Quebrada Moralón y entubarán las aguas. En el Casco Urbano, para olvidarse de la charca en los terrenos de Echeandía, se tendrá unas 4 Fuentes Públicas de agua y «no se asuste usted, jíbaro mío, cuando vea 25 bocas de la toma, en caso de incendio, por si se quema el Pueblo como antes».
«Prever, anticiparse, es la clave del progreso».
Anchos y orondos, sentados están: Wenceslao D. Sifre Susoni, comerciante y asambleísta municipal, a su hermano Pedro lo alojaron en las sillas de la cola, porque es un «liberal agresivo» y de «cáscara amarga»; Pablo Avilés Márquez, agricultor, Pablito Rodríguez Rabell, asambleísta, el juez municipal Buenaventura Esteves, la famia en total de Pavía Conca y María Navas de Mayol [Catalina, Guillermo, Antonio, María, Juana], la familia de los Sosa, incluyendo a la viuda María Hernández [Rosenda, Telesforo, Juana y Faustina]; Adriano Pozo, asambleísta, trajo a todos los suyos, incluyendo a Domingo, su hermano, hijos y sobrinas [María Pozo Rodríguez, Juan, Amelia e Inocencia Pozo Medina]... en fin, eran tantos, que el maestro rural Urbino Vargas se cansó de escribir todos los nombres y terminó con hacer garabatos en las cuartillas y grabárselos en la memoria, por si acaso se pidiera la lista que ordenó el municipio.
La señal de pasar al Salón de Economía Doméstica la recibió exclusivamente un grupo selecto. Los clanes de poder del Pueblo. Pocos apellidos y tradicionalmente de la dirigencias alcaldicias de antaño.
La Primera Dama reconoció que fue hora de probar los bocados. Le insisten que son ricamente tropicales... Y, pues el hambre apretaba, desde el mediodía. Al final que dejaron con sus discursos y sus gaterías a los aduladores. Se levantaron con parsionomia.
Miss Bauzá se había pulido con las artes culinarias. Con la convenida visita de cortesía se le premia. Como el Abejón, quiso presenciar la danza de zángano gringo. El olor del salón invitaba a sentarse y comer. No hablar mucho ni extender la mano, saludando a otros a su paso. «Towner vino a comer y echar eructos», se exageró con el tiempo.
Los maestros de sus sueldos miserables juntaron lo suficiente para un regalo y se lo dieron, «en nombre de los niños que cantaron y marcharon, en nombre de los maestros de Pepino» a Mrs. Harriet de Towner. Todo el que pudo, al tenerlos tan cerca y en privado, los examinó de cerca. Se grabaron en sus mentes cómo mueven las quijadas, anotaron si se lavaron las manos, o enjuagaron las bocas, si les gustó la comida, por lo menos. Constancia de que son agradecidos. Por primera vez, el señor Towner comió arroz con gandules y otras exquisiteces del quehacer culinario de los campos isleños.
Otra señal, al atardecer, y los elegidos / los notables / los deseados / desfilaron al Casino, donde habría una recepción. El antiguo Casino, fundado en 1871, es el segundo en antiguedad en Puerto Rico y no es cualquier mirranga para mercachifles con gurbias y hambres viejas. Ni es cualquier lugar ni cualquier gente. Aquí la guachafita adquiere dimensiones épicas. Leyendas de aposta. Los casinistas son los varones y las hembras de ataque. Son hombres bonitos, excelentes, y las mujeres maravillosas, odiosas de la feca y la fanfarronería. Por eso, desde su fundación, no se quiso como miembros ni a gente de culo chumbo (casi siempre cobardes) ni a gente de culo cargado, negrada oculta / mírame y no me toques; traicioneros, cacheteros, verdugos que quieren gratis que se les compense con la riqueza de otros.
Ya es la élite social quien recibirá a los huéspedes amados; allí, en el Casino, se espera que el Honorable Horace Mann Towner abra la boca, porque, hasta la fecha, sólo se ha escuchado de sus labios la frase mochoos graças, amigous. En los amplios salones del Casino, Braulio y Tomás Caballero tendrán sus ojos bien abiertos. Y de cualquiera que esté presente, con todos sus privilegios y derechos, puede que surja la pregunta: «Ccómo se ha sentido y qué piensa de un país, donde el 75% del peonaje vive de la zafra y sufre en tiempo muerto? ¿Sabe usted por qué se fue Montgomery Reily tan agriado, si lo 'peor' del separatismo no existe? Es decir, murió Betances, Ruiz Belvis, de Diego, José Julián Acosta y hasta el mismo Barbosa, cuya lengua fue afilada como machete de mandingo: «Sabemos que, cuando estuvo en el Congreso, usted presidió por cuatro años el Comuté de Asuntos Insulares de la Cámara de Representantes... Entonces, ¿quién puede saber más sobre Puerto Rico, que usted, Mister Towner?»
En el Casino, los anexionistas / asimilistas / querrán que Mr. Towner les ofrezca un consejo conveniente. Si es posible que haga sentir a Barceló Jiménez quién es el que manda en Puerto Rico, porque, según lo piensan, ya el senadorcito colonial anda medio crecido, como si se echara sus juanetazos de pitorro retórico, nacionalismo de Cuchi-Coll embotellado. Los asimilistas de Jincho-Papujo, que no van al Casino, porque en el casi hay burguesitos del separatismo que han lanzado pedradas y escondido la mano, contra pobres y ricos, concluyeron que se acabó la majadería que distinguió el liderazgo durante dos decenios, del 1900 al 1920. «La independencia es un perro capao», a la fecha se dice. No creen que haya tantos separatistas como arguye Cuchi Coll al prefigurar la idea de un nuevo nacionalismo. El hambre pone a la gente en su lugar y a pensar mejor en el trabajo que en los atavismos de patriotería y discursitos jaibos, malamañosos, como aquellos con que se empavonaron Muñoz Rivera y de Diego. Gente que comía del pobre, que dejaba el pellejo en los cañaverales, pero que de ellos no recibió más que la lealtad de su saliva. «En Pepino, hay gente así, mucho jincho papujo y no se sabe cómo han entrado al corazón de la gente. Bueno, con decirle que el dinero corrompe y al Casino ya se cuelan los bastardos».
En el Casino, Luis Oronoz Rodón, jefe de Oronoz y Cía. es quien reparte el bacalao. Ese es el cheche allí y no anda dando lata. Delega. A Santiago Nieves, sin que sea casinista, le dijo que se estara de guardia, o sea, eligiendo quien entra y quien sale, porque como alcailde de la Cárcel Municipal, ninguno como él que sepa quién es quién con escándalos y borracherías. El tiene una lista de los casinistas e invitados. El usará su criterio: «Usted no puede entrar porque viene mal vestido». Nieves sabe que alguien puede entrar, con artes de embelequero, y querer cometer un magnicidio. En la historia se mientan muchos casos en que matan a los prohombres y nunca se descubre al asesino.
«Que eso no ocurra en Pepino, por andar de eslembao o hablando paja».
6.
Y como ya se lo temían. Cuando vieron que entró don Victor Primo, Caballero de la Orden de Isabel la Católica, heredero del muy querido hacendado de Furnias y La Javilla, Victor Martínez y Martínez, se pensó que aquí arderá Troya. Lo escucharon por el ritmo de su bastón más caro, madera fina que parecía de palisandro enzebrado con marfiles. Y, al caminar, porque no tenía cojera alguna, él sólo marcaba la canción de su presencia y de quien lo acompañara, su hermosa hij, María Mar Martínez de los Ríos. Ella parecía una reina y lo sería cuando bailara con su padre, si es que la baila o se queda. El padres es impredecible; pero se supo en Pepino que amaba de joven la vida cortesana. Asistía a las fiestas aristocráticas de Madrid y Barcelona. Las del Casino local puede que le parezcan una escoria, un mal remedo de aquellas.
Sagardía Torréns le buscaba los ojos, atravesando las lentinas que Víctor Primo fijaba muy bien al entrecejo. Francisco Espinoza era un español que ese año azuzó muchas discordias, en tertulias de plaza, con Ballester Pujols y Avilés Márquez, porque en sus temas no faltaba el dictador Primo de Rivera, «la puta suerte de España, después de El Desastre y la anarquía pistolerista». Los jóvenes, de procedencia local y de otros patios, la admiran a ella, la acompañante de Victor Primo.
Victor Primo llegó, justo para el cierre del discurso, que diera Barceló.
«Te lo perdíste».
«Aquí hasta Towner echó un par de centellazos».
Y se fue, por rincones a cuchichear, antes que el baile empezara. Iba a reunir datos. A sonder las opiniones, dando puntadas aquí, averiguando secretillos artimañosamente en acullá. No era nada disimulado ni sutil, como decía Narciso Rabell, cuando la faena de Victor Primo era investigar, sin dar ventajas, en la irrupción de una gentualla y, salir al final con conclusiones. Seguró que se irá contra el Presidente del Senado, Barceló Jiménez, rico comerciante de Fajardo, y pondrá la piña agria. Y así fue. «Barceló se fue bien regañado», se diría con los años al recordar este acto.
«Yo sólo tengo una pregunta», escuchó Barceló cuando Victor Primo interrumpiera los aplausos que se le prodigaban.
«La gente quiere bailar, don Primo», le pedía Luis Oronoz.
«Sí, sí; pero aquí nadie está para baile ni saltos hasta que no se diga cómo es eso de que Puerto Rico vive el limbo. Se nos dio la ciudadanía para que sirvamos en el Ejército y la guerra del '18; pero, no somos parte de ... sino un baldío de cañaveral en el Caribe... ¡Estamos peor que con España!»
«¿Cómo va a decir eso, licenciado Martínez?»
«A usted, Mr. Barceló, ¿quién lo hizo miembro del Consejo Ejecutivo sino un nombramiento de Woodrow Wilson? ... porque yo no voté por usted y, según dijo, los nombramientos son autoritarios, peor que en la década de Palacios».
«¿Cómo va a decir eso, licenciado Martínez?»
«Usted quiere aliar a los puertorriqueños, dizque que una Alianza de voluntades disgregadas, un partido nuevo, y yo me preocupo porque se frenan dos cosas, cuando anda para arriba y para abajo con el yankee, con todo el respeto que me merece Mr. Towner. En un mismo costal, no se puede echar mezcladas ni la sal y ni la azücar... Si Puerto Rico no es PARTE DE, y TOWNER sólo represente una nación que busca un Territorio, yo creo que es justo que usted nos diga si vamos a luchar la independencia o, como los bobos que fuimos en el año 1900 cuando fundamos el Partido Federal, anexarnos a la Unión».
«Esto de la independencia... si acaso va, o se procederá, será un proceso lento».
«¿Cuán lento puede ser eso?... porque ya van 23 años... y Barbosa se murió sin chicha y De Diego, sin limoná...»
A Barbosa, recién fallecido, «fue la tristeza de que no habrá anexión en lo que quede del siglo, lo mató más que ninguna cosa», dijo Martínez. Barbosa adivinó la decisión del Tribunal Supremo en el caso Balzac v. Porto Rico (258 U.S. 298) y se murió de pena antes que lo informaran, el año pasado. El dictamen fue que Puerto Rico ni es chicha ni limoná. Que no es parte de la Unión, sino un pedazo de monte. A territory rather than a part... Que tener ciudadanía yankee es como tener un apellido y seguir siendo bastardo. Ciudadanía para que te vayas al Norte y dejes la islita.
«Atención, señores, yo creo que, si nos somos parte, merecemos una explicación».
«Si acaso va, o procederá, una decisión definitiva sobre la anexión o la independencia, será un proceso lento y hay que cumplir unas condiciones», balbuceaba el gran líder cariduro.
¡Con qué simple pregunta se desmoralizó al visitante!
Aquel atrabancado señor de las lentinas, el caballerango Martínez González, quien daba golpecitos de bastón sobre el piso de madera del Casino, como si quiera apresurar el tiempo a ritmo y compás de un minutero, pendulado con bastón y mano apasionada, comenzó a bajar los humus de unos cuantos. Les dio gabela y ventaja para defenderse y dijeron: No. Es hora del baile.
«Dejemos esto. Causemos una buena impresión. No de politiqueros. No de subversivos».
Ahora es obvio que lo que viene es lento. Todavía don Victor Primo no está contento con el Partido de la Unión de Puerto Rico y lo dijo a Barceló. «Usted me parece asimilista, otro colonialista aprovechado». Un floripondio o travestí de las reformas. Todo menos un varón de guerra.
«Usted no es un independentista verdadero».
Todo había sido tan perfecto. De la recepción al banquete, nunca se vio empeño tal... jamás de los jamases... y vino este filipichín, pisaverde, a agriar la piña con sus guarapazos de bastón de matfil y palisandro.
Ya empezó el baile. «Ahí le dejo a Marimar pa' que la bailen», dijo. Le pusieron caras feas al engreído aguafiestas de Martínez, demasiadas jorobancias y muecas dee nojo porque dijo: «No me quedo ni en las fiestas del Casino».
Cuando salían al balcón a cerciorarse que Martínez se había ido, se escucha la retreta en la Plaza Baldorioty. Al mirarse al cielo, el arte de los Alberty: centenares de fuegos pirotécnicos.
23-12-2002
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Indice / El pueblo en sombras
( * ) En la reconstrucción de esta historia, por la vía de entrevistas orales, participaron los señores: Delfín Bernal Toledo, Pedro T. Labayen Jaunarena (n. 1916-1994), doña María Luisa Rodríguez Rabell, José Raúl Gayá Benejam (n. 1903-) y ___.
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