Thursday, October 09, 2008

El enano chupatetas


Una vez que crecemos, ya varones adultos, se construyen muchas fantasías en torno a tan ricas peras: los senos femeninos. Un fotógrafo que conozco lo hace. Tiene fijaciones erotomaníacas con los pechos y se ganó ya el mote de El Chupatetas. Por mi parte, a mí no me gustaría vivir con obsesiones tales, por más que lo merezcan los senos. Para dar un ejemplo, al fotógrafo de marras, al auxiliar de todos / todas / se le fue la chaveta porque le codician a las Nenas / Chicharrones que, de costumbre, lo escoltan como guardianas. El viene a la oficina con nenas pechugonas. Tiene que acompañarse de seguido con alguna chica, siempre jovencita, de torso exuberante.

El payaso interpretó la pantomima de un acto mamatorio. Por imitar una escena de lamida, su lengua llegó a ser hasta más larga que su cuerpo. No dijo con palabras que se mamaba unos pezones, o mordisqueaba imaginariamente estos senos, que es la chica que hoy trae, sino que se dispara un chorro de leche de sus pezones, son las pistola que lo viene cegando. Sale con una niña abandonada, recién parida, para mayor desgracia.

No. No lo dijo. Ese día, para que me cayera mal el fulanazo, se caracterizó el mamón, el chupatetas, como un irrespetuoso. La muchacha le rió las gracias o las burlas. Lo que hizo me pareció más insolente y vulgar que lo que, al paso de alguna, por piropearse algunas de ellas, se les dijera: ¡Quien fuera medallita para descansar en esos senos!

La Academia de Hollywood, si lo advirtiera in situ, lo premiaría con el Oscar. Como quien desfila por alfombra roja, cada mes trae su acompañante nueva. Este mentoraso / tutoraso / si besara tantos senos como dice, se va a empachar.

Las hembritas que trae a la oficina se caracterizan por blusitas que, con un poco más y se revientan. Algunas se descotan demasiado. Están sabiamente electas por él. Algo tiene ese tetómano que a sus prospectos convence. Son pechugonas de armas tomadas las que nos visitan. Gracias a él. El mimo es un mime con azúcar. Trae una bendición, que es una de chamaquerío o su convocatoria.

Se lo preguntan directamente a diario: «¿Vives en Bustolandia?»

Y su respuesta es jactanciosa:

«Esos objetos, los chicharones, son el comienzo y el final, la inocencia alimentaria y el exceso. Un contacto de la boca y los pezones se antojan. Fundan el beso, mordisquitos, lamidas. Las tetas hablan más que las palabras al contacto con la misma boca. Me siguen, algo tengo, ¿no?», dijo.

Insinúa que con todas intimará, si hay oportunidad.

«¿Y que das tú, enano? ¿Acaso eres un burro?», preguntan.

«Se los dejo de tarea».

«Usted ya es viejo para esas chamaquitas».

El se quejó de ese comentario (lo viejo, lo burro, lo enano) conmigo. No quiere que le falten el respeto a sus muchachas. Ni a él.

«Se supone que usted debe poner el ejemplo».

«Me dijeron... enano... y, ¿qué les importa si tengo la pinga de burro, o dejo de tenerla?»

Si le han faltado el respeto, todo comenzó con esa fijación suya que ya es inocultable. Está en sus ojos lascivos. Se dispersa en gestos, en inflexiones de voz, en andarcillos champulones. No que ahora lo niegue. Lo hizo obvio. Le gusta que lo atropellen dos Santas Gemelas. Se exhíbe con su tetudofilia y lanza sus socarronerías ante quien lo presuponga menos viril / inapto / cumplidor / por ser enano.

«Hay pantomimas de estilo subido. Usted las hace por no hablar claro... entonces sí que es usted, no ninguno otro, el que me descarrila el departamento...»

«¡Bah! crean lo que crean, no pierdo nada; ya estoy por jubilarme».
Un día de San Valentín me explayé, espontánea y metafóricamente, sobre un papel. Después de mucho pensarlo, lo compartí con el chaparro de las cámaras y las ninfas tetónicas. Había escrito en torno a una novia químico-estructural que llamé GABA (siglas inglesas del sistema Gamma Amino Butyriac Acid) y, mencioné a sus hermanas / mensajeras oxitocinales de Amor, la anfetamina del chocolate y su familia opioide, del Barrio Pallidum. Esta situación orgánicamente descrita no concierne sólo a San Valentín o el Dia del Amor y la Amistad. Es algo tan contínuo y profundo que no se fecha.

An emotionally self-sufficient bliss.

Fue un soliloquio mío, con él enfrente, pero, el Chaparrín, cuya obsesión mamaria, me llevó a hacer ese apunte poético y científico, creyó que me dopo, o me gustan las drogas, no que estudio la quimica de la conducta.

¿Qué exactamente sintió?

Me dijo que no es justo que me burle de él ni sus chamacas tetudas. Sus chavas son de los barrios. Expandilleras. Ex-adictas. Teen-moms. El poema que le había leído dijo algunas de esas cosas, por un lado y, opor cierto, lo obvió a él.

«No soy tan tonto. Te burlas, no compadeces».

«Nada es personal. Estos son textos poéticos sobre la química excitatoria», le dije.

A mi modo, mencioné chicharrones / chichis: tetas, senos lindos.

¿Por qué su reacción tan negativa a un texto como el mío? El chulo de la pobreza mama de la Ubre Fiscal / mama de la Teta Misercordiosa / mama las teticas de las Delinquent Teen. Finge que da mucho porque él mismo es un fracasado. Quiere controlar todo. Quiere imponer las reglas en el trabajo donde estoy.

Ya le dijeron. Desde hoy en adelante, yo enseñaré a la muchacha. No es necesario que él venga.

«¡Es tiempo voluntario, sin paga el que doy!», se queja él.

Sugiere que se corten mis horas de empleo. Que se haga algo. Pero... él quiere estar ahí, que estén bajo su custodia, que funcione su sistema...

«No tema. Yo sé lo que hago», dije para tranquilizar al Chaparrín.

Quizás fue por lo que me insinuó que se está cogiendo a la muchacha. No lo dudo. No me consta.

«Descuide. Sea por el respeto».

Pero van cinco o seis chamacas que trae, todas con esplendor de melones, y a todas las representa como suyas, en algún aspecto, incluyendo el sexual. Para su particular vida y la de nadie más, truenan sus chicharrones.

El chaparrín trabaja para una prestigiosa empresa. Gana lo que quiere. Empezó de niño. Viene ahora part time a una empresa menor. Dizque lo hace por ayudar a la representada de turno. Da tutorías a la niña. Coauxilia y contribuye al training... Pocos latinos e inmigrantes de México ahí, donde trabaja, son contratados donde él se escuda, en tareas de ayudar y referir a otros. El dominio del conocimiento del inglés es básico. Y la pinta de blanco y el ya haber sido confirmado como ciudadano y documentado. Ser residente y sin antecedentes penales son lo indispensable.

Aquí, donde la trae como empleada / internista, en este departamento, hay menos recursos. Menos dinero para gastar en gestos filantrópicos.

Más confía en la generosidad de esta compañía y lo ha discutido con el dueño.

Había sido como un intermediario. Cambiaron mis órdenes.

En esta empresa, se lo que sd pueda para ayudar a su tetuda, pero no es necesario que él venga. Que vengan sólo los estudiantes. Employees only!

Quizás, por estas condiciones, me temió este pendejo.

Son órdenes del jefe. Se ha enterado del acto pantomímico.

«La regaste».

El jefe me dijo: «Bien que conozco a ese amigo. Lo quiero, pero no aquí».

Además agregó: él vende y mercadea hasta su alma. Es inmaduro. No tiene hijos. Se divorció. Es sentimentalmente como dijo: «Un malnacido, sin suerte». Quiere hacer con dinero ajeno lo que no hace con el propio. Es como un niño, dijo el Jefe, quien lo conoce por más de 30 años.

Tomé de una conversación esta frase: su pene es muy pequeño; pero es un mamador consumado. Las lindas tetas lo cautivan, aunque tenga que buscarlas entre chamacas como ella, delicuentes, echadas a perder por las pandillas. Esto fue dicho por la que vino con él precisamente hoy.

Su lindo escote es parte de su presentación. La recomienda una escuela. Una organización de ayuda. Non profit & legal entity, sí, efectivamente la preside el Chaparro. Y, en adición, se vende como su mentor, la bendice y la protege, quiere que ella progrese porque tiene un hijo. Se lo cuida su madre. Necesita apoyo de empresarios y ejecutivos. De gente con buena voluntad. De maestros y sicólogos.

«Hi, Karl», es lo único que ella me dijo cuando entró a mi oficina.

Lo único que me permite él que me diga. Siento que se muere por hablar o salir de donde él la confina, silencio incómodo.

«Te hicíste entrenador. Suerte que tienes. No voy a quedarme, si pasaré a ver a tu jefe y le encargo a esta chamaquita».

Sonríe especialmente a ella para darle una pizca de confianza.

Soy peligroso. Mas él calculó que mi autoridad se puede brincar porque no soy el dueño.

Su saludo es la esfera-límite del idioma. Un distintivo, salvaguardístico, political correctness. Las alumnas y el chaparro utilizan el inglés intencionadamente. Edifican esa barrera para que ningún Latino intruder entre a sus vidas y determine sus normas y sus privilegios. La vida de dos pochos que, según aseguran, pueden comunicarse en dos idiomas y dos culturas. Falso. El Chaparro es un gringo bocaabajo. O de rodillas. ¿Quién le crea las reglas, sino las corporaciones? Hoy se siente étnico y descubre que no sabe nada de lo hispánico excepto que come chilli y mole y le gusta ese colorido de las faldas de las que bailan el folclor jaliciense, o el veracruzano.

Ahora tiene casi de 50 años. Ella, chamaca de veinte, recién graduada de la escuela secundaria, es torpe y retrasadamente cognitiva. Madre soltera a la edad de 16, expandillera, chola, malhablada, buscapleitos, recelosa, una persona simple que le gusta que expliquen su pobreza en términos étnicos de rechazo, excesiva violencia y vicio de los suyos. Con ella se vale transferir el sentimiento de lástima y el alúd militante de delicadezas. Pero le han dicho que Carlos no pide perdón [por existir] a nadie. No le gustan las personas que se ignoran a sí mismas. «Es puertorriqueño». Tiene muy claras sus relaciones con los demás. Pide calidad. Es exigente; pero no concibe el poder como agresión. Hace muchas preguntas; pero no daña a ninguno.

«El es orientador. Toma en serio su trabajo».

Un chulo de la pobreza la orientaría entonces, según sus conveniencias.

«Ese señor puede ser muy peligroso», anticipó él a su entenada.

Se refería a mí.

El chaparro le dijo: «Has sido una víctima, muchacha».

Y a ella le gusta este argumento. Atrofiaron su Sueño Americano. Por eso, después que vaginalmente la tomara todo aquel que se antojó por ella en la pandilla, se aficionó a la misericordia de aquel que, como el chaparro compasivo, se lo manda por el culo y chupaba sus tetas para no hacerle un hijo.

Sobre ese tipo, mosca-muerta, es que yo desconfío. Cree que a ambos nos chantajea con sus celos.

Al fin, ella dio señal de que existo.

Y la pregunta que me hizo, fue importante:

«¿Te gustan mis chichis?»

«Sí... y ese escote».

«¿Cómo te atreves decirlo así y así?»

«No lo preguntes... Si vas a decirlo a él, está en la oficina del Jefe. Quéjate con uno y otro y házlo ya. Que si me lloverá mierda, que sea pronto».

Su cutis es muy lindo, no sus ojos. Su boca me pareció muy habituada a los intensos besos; pero, nada como sus pezones. Los ví, una que otra vez saltando de su blusa o planchados por un top endemoniado; se le hinchaban por ganas de satisfacer las pulsaciones preorgásmicas.

«El Chaparro me aburre. Chupa mis tetas, nomás...»

La tetomanía se pega. Contagia. Lo pensé dentro de mí.

Ya está viejo, el cabezón de canas, bigotón de celos, chaparrón de mala voluntad.

En pocas semanas, sentía que lo odiaba hasta que escuché la vocesita de la pocha:

«¿Me invitas a salir un día de éstos?»


3-7-1987 /

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