El Islam nos escama
y revienta con pústulas de odio
una guerra que llevamos dentro.
Este odio tiembla y no es sabroso
en las quijadas xenofóbicas
y esconde la memoria de ancestros olvidados
que se obnubilan y desfasan
en el iris profundo de los azules ojos
porque aunque estonios, húngaros,
filandeses, fuimos ellos, hijos de Atila,
bárbaros en la nieve de los días renotos.
El discurso occidental ya los define:
Son los Ejes del Mal.
Veneno al laicismo.
Rémora a la democracia.
Fanática ngobernabilidad.
Son bárbaros, matan con dagas turcas,
cortan cabezas como terribles Hunos,
humillan a mujeres,
ocultan la hermosura de sus rostros.
Son gentes con turbantes
(con serpientes enroscadas en los sesos,
con flautas sisiseantes,
magos de barbas largas y de lunas
con filo de hojalata y de puñales).
Adulteran, ejercitan genocidio
(¡pobres armenios!), te callan,
de cuajo arrancan la voz
y la vida de su canto.
Se asoman en Lepanto, aguafiestas.
Bizantinamente se aproximan
donde está la codicia y un tesoro.
¡Todo te quitan, todo a los viejos
y nuevos imperios coloniales!
... porque no perdonan ni los rastros
de Balcanes, ni la Bosnia desfasada,
ni el albano que va, siquitrillado,
en laa otomana senda de reyerta,
matanza, angustia, capricho...
Es cierto, hijos de Occidente,
¿qué haremos con estos peces
que navegan tan fuera de los mares
desde la costa Egea del Turco
a la cuna-corazón del Niño Santo
y la Troya que arde en angustia identitaria,
nosotros, custodios de las Torres Gemelas
y de Babel del Cielo, NY, qué haremos
cuando salgan las lunas de septiembre
y once veces nos escupan
el rostro con aviones y bombazos?
El libro de la guerra
Friday, October 10, 2008
Hijos de Atila
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