A Antonio José de Sucre (1795-1830)
Veo al héroe, asesinado y tendido
en un 4 de junio, atardecido
de grises lastimeros
(veinticinco años de vida sólo tiene)
y ¡qué mucha virtud cargaría con sus huesos
y qué mucha soledad, tras luchas
junto a otros valientes de su estirpe:
Miranda, Bermúdez, Bolívar...
Nacen y adolescentes se integran
al mismo sueño que proclama
resistencia en Cumaná.
Batallan junto a indios de la costa
que ante Jácome Castellón dan alaridos.
¡Cómo resisten, siglo a siglo, quienes
no quieren intrusos alemanes
ni hábitos negros, eclesiales, y te abrazan, Sucre,
con la muerte de Guaicaipuro, dolidos contigo;
cómo se encadenan, destino a destino,
almas que forjan libertades, aunque mueran
como mariches, en cruel traición, ejecutados!
Tal como tú has muerto, Sucre,
héroe de la Batalla de Pichincha,
la nación ecuatoriana muere lentamente,
muere Bolivia, mueren otras estrellas
de la misma bandera libertaria,
al traicionarse la esperanza con la espada.
Héroe de Ayacucho que sella
con gesto libertario todo el Continente,
te mataron los agentes divisorios,
los que no visualizan como pueblo sublime
la extensión de los Andes
ni las sabanas arropadas de alcoiris
ni las pampas trenzadas de unidad y justicia.
Ellos son otros fulah, fulanos del oprobio.
El libro de la guerra
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