Friday, October 10, 2008

La guerra es una anciana lujuriosa


La guerra estalla y se completa a la sorda,
perfectamente insigne y sola.
Elude confesar su presencia.
Es retrechera.
Está ahí, mundana, vaga sin sosiego
en las curvas, se trasiega
como simulacro en las rectas
y se cambia de nombres.
Se la rifa en las rijas.

En contínuas ocupaciones
esa cicata putezuela miente
pero enamora con su viejo encanto.

La guerra oficia retozonamente.
Es una hembra de clazol y una furcia
vestida de cuascle que al miedo hace ciscos.
Con lo discontínuo rejuvenece lo añejo.
Ninguno adivina su momemtum.

Como las aguas pluviales de las rieras
esconde sus peñascos, afila el precipicio.
Por eso viene y va
como esencia de manos lastimadas
y ahogo. Todo lo que se comporta
como premura se parece a su saldo
de escombros en los cañocales,
cadáveres desangrados en su lecho.

Seres de rúbrica, los soldados
que, en medio de los alaridos, aúpan
al poderoso que da con victorias
la ofrenda de sangre y sexo.

Cuando más lejana parece
es el sonido que rumora:
¡aquí estoy, aquí vengo!

Y un retiñir la vuelve concha para la espada,
cuchillo calado para la bayoneta.

... ¡pero, consuélense, gigantes,
hijos de Reto y Cálcis, esa anciana
de los días, esa bicha del Tiempo,
se parece al flujo los vendavales,
a los escalofríos! ¡A los delirios,
al orgasmo bestial en lo oscuro!

Es recontina, lujuriosa, amante
que sonsaca, sacatrapos, con inquietos labios
que besan, con muslos exuberantes que inciltan.

Ella nos mete el resuello en lo profundo
del cuerpo, o del delirio y, en frenesí
o en asombro, conocemos la paz
porque ella existe
para el épico, antiquísimo y feroz
coito de la vida.


8-8-1988 /
El libro de la guerra

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