... ¡ya ardes y sueñas; ya bebes con avidez en todas las profundas y sonoras fuentes que brindan consuelo, ya tu melancolía reposa en la dicha inefable de cantos futuros! Federico Nietzsche
Toda la herencia sublime, inexplicable,
misteriosa, que han llamado los trascendentales,
desnudez atemporal y Gran Tesoro,
inocencia de lo Eterno,
Liber Pater, Luz y Semele...
todo todo
por un sorbo de vino lo cambié
y por esos cuerpos ajenos
que son navas, cavernas, cumbres
de lodo y contento. Todo lo cambié
por la solidaria compañía del pueblo
que se ve, no los super-entes
que no escuchan, esquivan, se vuelven
las expectativas inmortales
cuando ya uno está muerto
y bien jodido.
A las ríos voy y soy la orilla
que aferra el devenir y el remolino
del embeleso místico
y lamo el musgo.
Como pequeña bestia me plazco.
A veces soy un águila;
en ocasiones
un zenzontle es mi antojo.
También de plano yo prefiero esta locura,
ser independiente, arisco
y esquivar el embeleco del único camino
cuyas espinas son las crueles certidumbres.
Del punto de vista unificado
que todo lo organiza, en su pensar
de unidad despótica y canalla, huyo.
Han dicho que no tengo voluntad,
que perdí subjetividad y poderío.
¡Que me ha maleado el vino y evado la verdad
porque subvierto el lenguaje
de las cosas sublimes! No. Sólo
que soy hombre social, sobre todo.
No místico, extrahumano.
¡Nada, nada, todo todo lo que pasa
es que advertí (tropecé en el hecho escueto)
... que soy finito y Dios me lo han asesinado
aquellos que dice que más creen!
Y un día vendrán por mí y será
eterno el retorno...
16-2-1982 / El libro de la guerra
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